Obama y McCain: dos oratorias en busca de una victoria

Obama y McCain: dos oratorias en busca de una victoria
Al separar la paja de argumentos simplistas y ataques petulantes del grano de la oratorias política de campaña presidencial, generalmente se encuentra una capa más profunda de… argumentos simplistas y ataques petulantes. Esta figura retórica no es en general un banquete de anticipación ni un ágape de la razón. La finalidad de estos discursos es alimentar el entusiasmo en un estado clave mientras se irrumpe entre las noticias de última hora por explotar los más recientes tropiezos en campaña del contrincante.

Pero la oratoria política -el discurso redactado sobre la marcha a los niveles más elevados de la campaña- refleja opciones políticas conscientes que sí arrojan cierta luz sobre un candidato y su momento. Hasta un farol revela la dirección del viento. Dos recientes discursos de campaña en Ohio -John McCain en Dayton, Barack Obama en Canton- bastan como ejemplo.

En su estilo, el contraste es claro. McCain es un maestro retórico -para aquellos que consideran la era Gerald Ford como la época dorada del discurso Republicano-. McCain es vigoroso en su ejecución, pero su enfoque retórico -utilizando "mis amigos" como muleta de estilo- esta anticuado. Su franca falta de gracia encaja en su personalidad, pero no resulta ni memorable ni inspiradora.

El estilo de Obama, en contraste, ha cumplido bien. Él combina la suave carencia de un predicador con el tono templado de un profesor universitario. No siempre resulta elocuente, pero siempre es fluido, lo cual se confunde con facilidad con elocuencia. Por encima de todo, Obama transmite un notable dominio de sí mismo -una confiada autosuficiencia- que contrasta con la desesperada necesidad de aprobación de muchos políticos.

En su estrategia, la oratoria de los discursos de clausura de campaña de los dos candidatos es bastante típica. Obama pronuncia el discurso del favorito -desechando toda crítica en política por injusta, poco noble, inconstitucional, nada civilizada y atroz-, al tiempo que retrata a su contrincante como un monstruo de la negatividad que "dividiría a la nación con tal de ganar unas elecciones”. McCain, mientras tanto, se posiciona como el guerrero incansable -"lucha" es su lema de cierre- contra el presuntuoso heredero que escucha campanas antes de hora.

En su contenido, los candidatos están pronunciando discursos de tintes económicos. En contraste con el retrato que hace Obama, McCain no pone todo el énfasis en William Ayers y Jeremiah Wright -aunque debe verse dolorosamente tentado-. Habla de ingresos, tipos fiscales, imposiciones a empresas y gasto público.

Obama también está centrado en la crisis económica, pero dado que ahora hace campaña principalmente en estados Republicanos, añade unas cuantas pinceladas de conservadurismo cultural -la necesidad de “responsabilidad educativa” y de responsabilidad de los padres-. Pero es un gesto, no una agenda, simplemente una muestra de lo que podría haber sido una campaña Obama más creativa y moderada.

Las oratorias políticas de Obama y McCain son más notables quizá por la tensión en el corazón de cada una. En su elegante último tramo hasta la meta, Obama ha vuelto a la temática de unidad que caracterizó los primeros días de su campaña. "Necesitamos ir más allá de las viejas divisiones y debates ideológicos" y "unir fuerzas en un esfuerzo común: negros, blancos... jóvenes, viejos, ricos, pobres". Excepto, por supuesto, la parte de "ricos", porque su discurso es también una muestra clásica del populismo izquierdista, de ir a por los multimillonarios, las grandes corporaciones, los ejecutivos de dirección, "la abundancia" y "el poder" vigorosamente. Obama se ve poseído alternativamente por el noble espíritu de Martin Luther King Jr. y la ruidosa sombra de Huey Long.

McCain intenta explotar esta tensión cuestionando a Obama como "el redistribuidor" -volviendo a sacar su trayectoria de progresismo improvisado y anterior apoyo a las subidas de impuestos-. Por primera vez desde que estallara la crisis financiera, McCain tiene un mensaje económico coherente: ¿Es de verdad inteligente subir los impuestos cuando nos dirigimos de cabeza a una crisis económica, igual que hizo Herbert Hoover? McCain también tiene un símbolo (Joe el fontanero) y un patinazo de Obama (“repartir la riqueza”) para ilustrar su idea. Y su mensaje podría tener cierta resonancia en los estados Republicanos en donde se libran las principales batallas electorales.

Desafortunadamente, McCain no tiene antecedentes de entusiasmo en el asunto de los impuestos, habiéndose opuesto a los recortes fiscales en 2001 y 2003, añadiendo al año siguiente: "Yo apoyaría con convencimiento no ampliar esos recortes fiscales con el fin de ayudar a paliar el déficit". Los dioses políticos han abandonado a McCain al concluir su campaña -destinada a ser el triunfo de la autenticidad- con una nota de artificialidad.

Y por eso, en el extraño mundo de la oratoria política, debemos decidir entre el unificador que quiere decapitar a los plutócratas y el buitre presupuestario que habla principalmente de recortes fiscales. En alrededor de una semana, este mundo se convertirá en el nuestro.


* Artículo publicado en The Washington Post

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